
Alberto Arregui Álava
Nació en Tudela, Navarra, en 1954. Estudiante de Derecho en la Universidad de Zaragoza, participó en el movimiento estudiantil y colaboró en luchas como la de los mineros de Potasas, experiencia que resultó muy importante en su formación política, hasta que se incorporó a las organizaciones socialistas (PSOE, UGT y JSE) en 1974. Fue delegado al VI Congreso de JSE (Lisboa, julio de 1975) y al XXVII Congreso del PSOE (Madrid, diciembre de 1976), miembro de la Comisión Ejecutiva de JSE y de la Comisión Ejecutiva de la UGT de Navarra.
Fue expulsado del PSOE y JSE en 1977 junto a otros cientos de jóvenes y trabajadores en todo el Estado. Tras esas expulsiones estaba el debate sobre cuál debía ser la salida de la Dictadura, si una ruptura revolucionaria o un acuerdo con el régimen, y el abandono oficial del marxismo por parte de la dirección del PSOE. En ambos aspectos, inseparables, Alberto siempre defendió una postura de clase, apelando a las tradiciones más combativas y revolucionarias del socialismo español en oposición a la deriva conformista y reformista que impulsaba la dirección felipista. En 1978 fue también expulsado de la UGT al ser disuelta la federación de Navarra por motivos similares al oponerse a la firma de los Pactos de la Moncloa que hacían recaer todo el peso de la crisis económica de los años 70 sobre las espaldas de los trabajadores y trabajadoras.
Fue coeditor de periódicos marxistas como Nuevo Claridad o el Militante desde 1976, e inspiró la creación del Sindicato de Estudiantes en 1985. Miembro de IU desde 1993, durante muchos años integrante de la dirección federal de esta organización y alma máter del Manifiesto por el Socialismo, plataforma de opinión en IU para defender el legado marxista en el seno del movimiento obrero. Militante de la Asamblea de IU Vicálvaro y de la Asociación de Vecinos de este distrito de Madrid. Miembro veterano de la Sociedad Micológica de Madrid, y capaz de hacer levitar a cualquiera que se sentara a su mesa, con lo que salía de sus fogones. Amante de la vida.
Falleció el 15 de enero de 2019, la misma fecha en la que un siglo antes, aquella maravillosa mujer y revolucionaria que fue Rosa Luxemburgo, era secuestrada por los Freikorps, para asesinarla. Alberto admiraba a Rosa, por su inteligencia y por su humanidad. Y todo el que le trató amaba de él esas dos cualidades, inseparables. Con su inteligencia, que le permitía ver más lejos que nadie y nos enseñó a comprender tantas cosas, nos ayudó sobre todo a apreciar el valor de las ideas y de la lucha como nadie. Y con su humanidad, su alegría de vivir, su franqueza, su risa contagiosa, su entusiasmo —no menos contagioso—, su ternura cuando un pájaro carbonero se posaba en el ventanal de su casa y paraba la reunión para verlo…
La movilización democrática del pueblo de Catalunya fue el último gran acontecimiento que nos enseñó a comprender, a entender que su lucha era la de toda la izquierda en el Estado español. En su última intervención en la Coordinadora Federal de IU, apenas 48 horas antes del maldito desenlace, se apoyaba en las ideas de Rosa, una vez más, para explicar que “es la intervención consciente del ser humano lo que puede llevar a la humanidad al socialismo o a dejar que se precipite en la barbarie”. Siguió diciendo: “cuando un movimiento en la sociedad tropieza con un obstáculo, si la organización que dirige ese movimiento no es capaz de emplear los métodos que lleven a superarlo, inevitablemente se produce desorientación, desmovilización y reacción en la sociedad. La situación actual está movida por la reacción a un movimiento ascendente que ha fracasado. Sin analizar eso, no iremos muy lejos. Lo que necesitamos en esta situación es más balance, más programa, más análisis y más militancia”.